"Cuando el diablo se mezcla en nuestros asuntos,
no es fácil deshacerse de él..."
Erckmann-Chatrian, El ojo invisible (1857)
Si existe una banda que con esfuerzo, trabajo y una propuesta sonora concreta se ha convertido en referente obligado del doom lisérgico en América Latina es Arteaga. Aquellos ritmos aletargados que han sido ahogados en psicotrópicas sustancias con la intención de construir himnos dedicados al maldito y que al mismo tiempo sirven como fondo sonoro para místicos aquelarres, han regresado nuevamente a nuestros tímpanos con toda la intención de despertar la lujuria y abrir un portal hacia los obscuros dominios del príncipe de las tinieblas.
Para esta ocasión, el mítico trío chileno ha decidido fraccionar lo que será el lanzamiento de su siguiente álbum titulado Vol. IV en tres mórbidas partes que serán publicadas durante este 2020 por medio de Interstellar Smoke Records. Así es que en primer instancia, el día de hoy se ha abierto el umbral para liberar el Season of the witch, un material conformado por tres bestias de paso lento y abismal esencia que poco a poco intoxica la sangre hasta reducirla en unas cuentas gotas de ácido lisérgico que hace explotar las neuronas.
"El eco de la noche retumba en el sueño de las brujas.
Enciende la flama azul que habita en sus ojos
y las lleva flotando a las entrañas del bosque maldito.
Delirio y muerte, alaridos nocturnos.
Los cuerpos se agitan al ritmo del fuego
y los demonios escapan por el iris de sus ojos
Una danza eterna invocando a los dioses de extasis.
Beber y fumar.
El señor de las sombras nos ha llamado..."
El primer sorbo a este nuevo brebaje ritual es "Brujo", una rabiosa oda que nos toma de la mano para bailar frente al fuego sacro donde se toman de la mano los demonios y las brujas. La grave voz de Cosmo (baterista de La Maquinaria del Sueño y Satánico Pandemonium) recita una serie de versos malditos que nos preparan el terreno pedregoso que se encamina a la zona mística resguardada por la densidad del bosque maldito. Bajo aquella estética sonora que la banda ha llamado "dance doom", las percusiones tribales acompañan al venenoso ritmo que intoxica de manera inmediata a las células hasta lograr un extraño éxtasis que provoca baile y lujuria. Mientras escuchamos una psicotrópica lírica sobre una posesión dirigida por un brujo con la intención de abrir el portal hacia ultratumba, a cada segundo que pasa la melodía se torna más y más densa hasta dejarnos abandonados en una pegajosa fosa de brea de la cual será muy difícil de escapar. La guitarra ahogada en wah de Sebastian Morales logra transportarnos a lugares llenos de zozobra mientras la hipnótica batería de Domingo Lovera se permite mantener los tiempos para jamás perder el enfermo ambiente lleno de sopor y enfermedad.
Rumores de un dios que te hará levitar
El bosque es eterno si no sabes buscar
La flama del diablo comienza a brillar.
El brujo y la cabra dan paso al ritual
con drogas del bosque, catarsis total
mujeres desnudas, sexo infernal
tu vista se nubla, empieza a flotar.
Tus ojos desean la perdición
y arder en el abismo
El brujo condujo la posesión
Tu cuerpo arderá en el infierno...
El brujo abrirá el portal
Mil ojos adorando a Satán
Ya nada volverá a importar
Tu mente nunca más volverá."
Tras los ocho minutos y medio de aquelarre y alucinación, Arteaga nos arrastra a los abismos con un track que simula el paso aletargado de un condenado a muerte que arrastra un grille amarrado a su tobillo. La densa "Chacal" decide pasearse por las tumbas abiertas a la mitad de la noche para ofrecernos una sensación de frío mórbido mientras una bestia enferma es liberada para saciar su sed de sangre. El ritmo infeccioso es ofrecido nuevamente y dejamos que nuestro cuerpo baile entre líricas que hablan sobre asesinatos en serie, calles abandonadas por el temor y notas psicotrópicas donde el preponderante bajo de Francisco González satura todo el ambiente a nuestro alrededor.
Finalmente, Season of the witch nos sorprende con un track acústico titulado "Ríos de sangre" lleno de atmósferas sombrías que hablan de ausencia mientras su sepulcral frase hay cosas que no cambiarán nos eriza la piel cuando es susurrada por las bocinas. Como si nos encontraras frente a los restos de aquella fogata ritual de origen desgraciado, las guitarras acústicas rasguean su lamento melancólico mientras esperan que los primeros rayos de día iluminen aquello que queda regado sobre el suelo y confiesa lo ocurrido en el lugar bajo el manto protector de la noche.
Esta primera mordida a lo que conoceremos como Vol. IV se convierte en la primera pieza de un rompecabezas perverso que tiene toda la potencia sonora para desgarrar los altoparlantes y desagarrar las células en nuestro interior. Los culpables de este fenómeno acústicos son dos nigromantes quienes visualizaron cómo debería de gemir esta pequeña alimaña: Vicente Zamorano (quien fue el ingeniero de sonido y mezcló el material) y Esben Willems (baterista de Monolord quien masterizó el álbum). Las vibraciones sonoras se sienten en el cuerpo y las trompas de Eustaquio comienzan a mandar señales demoníacas a un cerebro perturbado por las imágenes relatadas, circunstancias exactas que solo una banda como Arteaga sabe aprovechar para crear su lisérgico y viscoso doom lleno de vicio, maldad y lujuria. Tras la tóxica escucha, no será extraño imaginar mujeres desnudas a medianoche, sesiones espiritistas, posesiones satánicas y aquelarres desenfrenados. El ritual ha ocurrido, ahora sólo debemos gozar de lo acontecido y esperar hasta que todo se repita nuevamente. Y bien sabemos que no falta mucho para ello...
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